Los
hombres no tienen más vello que las mujeres. Lo que sucede es que al
cuerpo humano lo adornan dos tipos muy distintos de pelo: el vello
grueso y pigmentado que cubre nuestra cabeza, pubis y (en muchos
hombres y algunas mujeres) partes de nuestro abdomen y rostro, y el
vello fino y despigmentado que, apenas visible, tapiza el resto de
nuestro cuerpo. En lo que diferimos hombres y mujeres es en la
cantidad del primero de estos dos tipos de vello.
De
hecho, si contabilizáramos ambas clases de pelo los humanos no
seríamos mucho menos velludos que nuestros primos más cercanos, los
chimpancés. Sin embargo, resulta obvio que habría que someter a la
mona Chita a una intensiva sesión de depilación antes de hacerla
pasar por humana. ¿El motivo?, que en algún momento de nuestro
pasado evolutivo nuestros ancestros del género Homo iniciaron un
proceso de miniaturización del pelo corporal. Un proceso por el cual
transformamos gran parte de nuestro hirsuto vello simiesco en una
imperceptible alfombra de vello que nos ha granjeado el famoso apodo
de «el mono desnudo».
Nos
transformamos en un «mono desnudo» por las ventajas térmicas que
de ello se derivaron. Cuando abandonamos los frondosos bosques
selváticos para caminar erguidos por la sabana transitamos hacia un
ambiente mucho más expuesto de por sí, y lo hicimos además
asumiendo una nueva forma de locomoción, la bípeda, que expone una
parte mayor de nuestro cuerpo al Sol. El resultado fue un brusco
incremento en el grado de insolación, un contexto en el que la
«pérdida» de pelo nos habría permitido regular mucho mejor
nuestra temperatura. Este proceso tuvo, además, la ventaja añadida
de evitar el asedio de muchos de los parásitos que aún hoy
atormentan a nuestros familiares más peludos.
¿Por
qué ese proceso de miniaturización del pelo fue más acusado en las
mujeres que en los hombres? Pues bien, diversos estudios indican que
muchos de los rasgos que los hombres generalmente consideran
atractivos en las mujeres suelen ir asociados a fertilidad y buena
salud, como unos labios carnosos, una tez inmaculada de manchas y
arrugas, unos senos firmes y simétricos, o una cadera en forma de
reloj de arena. Dada esta relación, la evolución habría favorecido
aquellos cerebros masculinos que se vieron atraídos por estos
caracteres sencillamente porque sus portadores habrían tenido más y
mejores descendientes. Esto, a su vez, habría seleccionado no solo a
aquellas mujeres de mayor «calidad genética», y por tanto más
atractivas, sino a aquellas que hubiesen sido más eficaces a la hora
de exhibir su atractivo. La razón, de nuevo, es que las mujeres más
atractivas habrían sido capaces de aparearse con los hombres de
mayor calidad, y tener más y mejores descendientes.
En
definitiva, pensamos que la evolución podría haber favorecido una
mayor «pérdida» de vello en el rostro y abdomen de nuestros
antepasados femeninos simplemente para dejar más a la vista aquellos
atributos que les permitían conseguir las mejores parejas. Y es que,
a pesar de la consabida alegría que según nuestro acervo idiomático
trae consigo el pelo, no descubrimos nada nuevo si afirmamos que
generalmente resultan más atractivas las mujeres con poco vello.
Fuente
de información:www.abc.es/ciencia
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